(Ilustración de Alexander Jansson)
¡¡Acercaos
panda de bribones!! Oíd bien porque jamás oiréis algo igual, esto que os voy a
contar hará que se os caiga el poco pelo que os queda y se os abrirán tanto las
cuencas de los ojos que se os verá el hueco vacío que tenéis por cabeza
¡¡wuajaja!!
Todo
comenzó cuando solo era un criajo mugriento, siempre caminaba por las calles en
busca de algún botín, ya fuera debajo de algún barril o en las entradas de las
tabernas, donde los sucios borrachos como vosotros eran tirados por no aguantar
tres copas de ron y su dinero saltaba de los bolsillos. Un día ocurrió algo que
cambió mi grandiosa vida, llegó a puerto un gran barco, un gigantesco galeón
como esta aldea de largo y tan alto como una montaña, sus velas estaban
rasgadas y el casco estaba lleno de agujeros de balas de cañón, entonces una
niebla espesa y helada emergió del barco, vi como a todos los del lugar se les
ponía la cara blanca como el culo de una moza de la nobleza - claro está que
por aquel entonces no conocía aquella leyenda -.
Todos
los lugareños intentaron huir pero por alguna razón no conseguían dar más de 3
pasos a derechas, todos caían al suelo temblando de miedo, los más valientes
conseguían arrastrarse unos metros para dejar atrás aquel lugar, pero al final
caían igualmente. Tuve la sensación de que aquello no era un buen lugar para
permanecer, -siempre tuve buen instinto para evitar el peligro-, así que fui
caminando de espaldas, sin dejar de mirar el enorme barco, mis ojos no
alcanzaban a ver la bandera que se izaba en lo alto del mástil; parecía
atravesar el cielo, como si el espacio entre la tierra y este fuese una
minucia, pero acabé por tropezar con algo y caí de bruces contra el suelo
embarrado por la lluvia de esos días. Me fijé qué o quién había provocado aquel
accidente y menudo fue mi asombro al ver al viejo Jeremías, siempre tenía el
cuerpo engarrotado pero aquella vez parecía que estaba hecho de madera, una
escultura tallada por las manos de un ogro y visto por los ojos de una maldita
bruja verrugosa, además de que tenía el cuerpo frío y su cara esta tan blanca
como la nieve de las cumbres encantadas. No sabía qué le había ocurrido, pero
de seguro que no fue algo natural, algo lo había matado y no iba a quedarme
para averiguar qué o quién había sido, estaba claro que un humano normal y
corriente no habría tenido el poder para hacer aquella monstruosidad.
Me
giré, gateé un par de metros y recobré la compostura para salir por patas de
aquel cementerio recién estrenado, pero por lo visto, aquel día me tuvieron que
echar el ojo un centenar de tuertos porque no me dio tiempo de dar una zancada
que ya me había vuelto a caer, esta vez de culo y cuando levanté la mirada para
ver contra qué me había chocado… no podía creer en lo que veían mis ojos, de
pies a cabeza – si aquello podía llamarse cabeza – calzaba unas botas negras
que le llegaban hasta las rodillas, llevaba un pantalón andrajoso y lleno de
jirones que le llegaban un poco más abajo de las rodillas, tenía un cinturón de
oro puro, quizás lo único de valor que tuviese la banda, y encima llevaba una
chaqueta negra que le llegaba por los tobillos. Tenía una barba como mi tranca
de larga, le llegaba hasta el pecho por lo menos, era de color grisáceo, como
si el tiempo hiciera mella en aquel bribón, y entonces sacó una espada de su
chaqueta, pensaba que era una pesadilla, aquello no podía ser real, cómo
imaginar que el Rey del mar estaría delante de mí, alzando su espada contra un
crío indefenso, un crío que no conocía su poder y que debía ser eliminado sin
piedad.
Así
que con su espada en alto, clavó su mirada en mis ojos y… ¡¡ZAS!! Conseguí este
hermoso garfio…
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